Si hay algo contra lo que ha luchado el ser humano desde tiempos inmemoriales ha sido el paso del tiempo. Poderosas figuras a lo largo de la historia han compartido el objetivo de encontrar el elixir de la eterna juventud. Sin embargo, los hechos históricos, con su abrumadora imprevisibilidad, capaces de cambiar en un segundo el transcurso de la humanidad, nos han recordado una y otra vez lo que somos: seres mortales, sujetos al paso del tiempo. O, dicho en términos científicos, seres sujetos al proceso de envejecimiento.

El envejecimiento, ese compañero infaltable de vida que, al encontrarse con la enemiga pandemia, ha dado como resultado la pérdida de muchas personas mayores, más vulnerables que el resto.

Ha venido… para quedarse

Según datos estimados por las Naciones Unidas y Eurostat, en el año 2050 un 25 % de la población europea tendrá más de 65 años, aproximadamente unos 149 millones de personas. Es decir, una de cada cuatro personas.

Ese envejecimiento repercute en casi todos los aspectos de la sociedad, desde la salud hasta la economía. Para hacernos una idea, se estima que algunas enfermedades asociadas al envejecimiento, como por ejemplo el alzhéimer o el párkinson, cuestan, en España, una media de 23 000 euros anuales por persona.

Aunque hasta el momento no existe una definición universalmente aceptada, en términos generales se puede entender el envejecimiento como el deterioro funcional dependiente del tiempo que afecta a los organismos vivos. Es un proceso universal en la naturaleza, progresivo, complejo, multifactorial y perjudicial, claro, porque con él disminuye la supervivencia.

Tanto ha preocupado a la ciencia que existen más de 300 teorías sobre el envejecimiento. Estas apuntan a la inestabilidad genómica, el acortamiento de nuestros cromosomas y la muerte progresiva de nuestras células como principales causas. En combinación, claro está, con el efecto del ambiente.

Actualmente, la teoría más aceptada es la conocida como “la teoría de los radicales libres del envejecimiento”, que considera que se produce un desgaste cada vez que una de nuestras células obtiene energía, con un coste concreto, y es el de generar unas moléculas tóxicas, llamadas radicales libres. Al más puro estilo coste-beneficio de cualquier negocio.

Los científicos intentan profundizar en estos aspectos para combatir con éxito las enfermedades frecuentes de esta etapa de la vida, usando tanto animales de laboratorio como ensayos clínicos más complejos en humanos.

¿Por qué vinculamos la edad a la aparición de enfermedades neurológicas?

El cerebro es particularmente vulnerable al envejecimiento. Se debe a que con la edad disminuyen sus defensas antioxidantes y se reduce la capacidad de defensa de su sistema inmune, dando lugar a una respuesta exagerada frente a posibles enemigos (virus y otros). Esta respuesta se conoce como “inflamación asociada al envejecimiento”.

Simultáneamente, a medida que pasan los años las neuronas pierden lo que se conoce como plasticidad, es decir, la capacidad de ser flexibles para adaptarse y crear nuevas conexiones con funciones muy concretas. Sin buenas defensas y con una comunicación mermada, el daño se acumula.

Es a partir de los cuarenta cuando las evidencias del envejecimiento comienzan a ser más contundentes, no tanto por cómo afecta a la apariencia sino por la pérdida progresiva de funcionalidad. Si lo comparamos con nuestros dispositivos electrónicos, diríamos que es al cumplir los cuarenta cuando la obsolescencia programada hace su aparición en escena. Por ejemplo, en forma de pérdida de memoria.

Si no podemos detenerlo, al menos ¿podemos hacer algo para que nuestro compañero envejecimiento sea más benévolo? Podemos aliarnos con él, intentando vivir mejor el tiempo del que disfrutemos. Es importante tener en cuenta que las neuronas son flexibles, que tienen elementos que ayudan a su crecimiento, y que poseemos una pequeña reserva de células madre neuronales que están preparadas para salir al rescate. Porque todo eso implica que podemos entrenar nuestro cerebro.

En concreto, podemos entrenar su flexibilidad. Surgen así las estrategias de envejecimiento activo. un conjunto de pautas de estilo de vida que incluyen la alimentación, el ejercicio físico y el bienestar psicológico, encaminadas a atenuar el envejecimiento y mejorar la calidad de vida.

Cuidando nuestra alimentación podemos obtener antioxidantes. En las últimas décadas han llamado la atención de los científicos un grupo en particular, los polifenoles. Los encontramos en frutas y verduras, incluso en el vino, y combaten tanto el estrés oxidativo como la inflamación. Además, se alían y activan las proteínas sirtuinas, que funcionan a modo de pequeñas “ambulancias de rescate” de nuestras células.

En conclusión, la humanidad debe afrontar el envejecimiento de su población desde múltiples ámbitos, comenzando por promover el conocimiento científico y terminando por crear estrategias de envejecimiento activo que incluyan el acompañamiento psicológico de las personas mayores.

Un grupo humano sobre el que, por cierto, la historia nos ha enseñado dos cosas. La primera es que, frente a las crisis, los mayores aportan experiencia y fortaleza. La segunda, que en una sociedad globalizada como la nuestra su olvido puede llevar a la pérdida.

Por Dra. Maria Fiorella Sarubbo, profesora asociada de Biología, Universitat de les Illes Balears

Artículo original publicado por el portal TheConversation