Este trastorno neurodegenerativo, que afecta a más de 10 de millones de personas en el mundo, surge a partir de una compleja interacción de factores genéticos, metabólicos y ambientales, siendo el principal la edad. Según la Organización Mundial de la Salud, el número de afectados podría triplicarse en los próximos 30 años debido al envejecimiento de la población.
¿Cómo se origina?
“Movimiento tembloroso involuntario, con potencia muscular disminuida, en partes del cuerpo en reposo e incluso estando apoyadas; con una propensión a inclinar el tronco hacia delante.” Así describió por primera vez la enfermedad de Parkinson el neurólogo británico James Parkinson.
¿Pero cuál es su origen? En el párkinson se produce un proceso degenerativo progresivo que comienza en una región del cerebro donde reside un conjunto de neuronas encargadas de controlar el movimiento. Estas neuronas se llaman dopaminérgicas porque producen una sustancia llamada dopamina, que utilizan para enviar mensajes a otras partes del cerebro y así coordinar los movimientos del cuerpo.
Cuando una persona padece párkinson, sus neuronas dopaminérgicas mueren y la producción de dopamina disminuye. El resultado final es que el cuerpo del enfermo no recibe los mensajes que necesita para moverse con normalidad.
Los síntomas más comunes de la enfermedad incluyen temblores, dificultad para mantener el equilibrio, alteración de la coordinación o problemas para ponerse de pie o andar.
El difícil diagnóstico del párkinson
Pero no es párkinson todo lo que tiembla, ni todo temblor es párkinson. De hecho, la variedad de síntomas que presentan los pacientes dificulta el correcto diagnóstico de la enfermedad. De ahí que los enfermos de párkinson tarden hasta 3 años en obtener un diagnóstico correcto.
Por eso, uno de los principales retos actuales en investigación científica es la identificación de biomarcadores –sustancias que permiten medir el riesgo de sufrir una enfermedad– que faciliten un diagnóstico precoz.
La tendencia a asociar párkinson con síntomas motores como temblores o problemas para mantener el equilibrio no juega a nuestro favor. Si bien es cierto que este tipo de alteraciones motoras son los síntomas más característicos, no siempre se manifiestan en todos los pacientes. Ni siquiera tienen por qué ser los primeros en aparecer. Es más, existen otros síntomas que no son de naturaleza motora y que podrían aparecer hasta 15 años antes de iniciarse la enfermedad.
Cuando James Parkinson describió la enfermedad, ya dejaba claro que el síntoma predominante era la alteración en el movimiento. De hecho, su trabajo se tituló “Un caso de parálisis agitante”, subrayando la lentitud y rigidez del paciente (“parálisis”) junto al temblor predominante (“agitante”).
Por esta razón, tradicionalmente la enfermedad se ha considerado como una patología del sistema motor con un enlentecimiento de los movimientos, rigidez de extremidades y temblor de predominio en reposo. Sin embargo, los neurólogos apreciaron rápidamente que los enfermos padecían múltiples síntomas que deberían explicarse por alteraciones en otras áreas dentro del sistema nervioso.
Más allá del trastorno motor
Los profesionales se refieren a ellos como “síntomas no motores” que, por cierto, no es decir mucho conceptualmente. Engloba síntomas producidos por disfunción del sistema nervioso autónomo, síntomas gastro-intestinales, alteraciones perceptivas y trastornos cognitivos.
Algunos de estos síntomas pueden aparecer precozmente en el curso de la enfermedad, como ocurre con la reducción de la capacidad olfativa, el estreñimiento o las bajadas de tensión arterial (también denominado ortostatismo).
En otras ocasiones, progresa junto a los síntomas motores como los problemas vesicales con urgencia miccional o disfunción sexual, así como problemas al tragar. Los trastornos cognitivos y neuropsiquiátricos son también frecuentes, aunque suelen aparecer tardíamente en el curso del cuadro clínico.
Lo grave del asunto es que hay pacientes en los que estos síntomas “no motores” generan una mayor disfunción y mala calidad de vida que los síntomas “clásicos”.
Llegar antes al diagnóstico, el gran reto
En lo referente al diagnóstico, los esfuerzos actuales están encaminados a desarrollar métodos que permitan identificar factores de riesgo genéticos implicados en el desarrollo temprano de la enfermedad. Entre ellos, chips de ADN.
Otra estrategia clave es la determinación de biomarcadores que puedan ayudar en el diagnóstico. Desde hace años sabemos que una proteína, la alfa-sinucleína, se acumula en el cerebro de los pacientes con enfermedad de Parkinson. Esta alfa-sinucleína se agrega formando los denominados cuerpos de Lewy, el elemento histológico característico de la enfermedad.
La determinación de alfa-sinucleína en el líquido cefalorraquídeo –o, mejor aún, en el torrente sanguíneo– es un biomarcador prometedor y relativamente accesible. Incluso se han realizado estudios que examinan la acumulación de dicha proteína (en una biopsia de piel) en las fibras nerviosas del tejido dérmico.
Todo un espectro de posibilidades que pueden revolucionar el diagnóstico en los próximos años.
El tratamiento, asignatura pendiente durante medio siglo
En los últimos 50 años se ha avanzado muy poco en el tratamiento del párkinson. Es más, ninguna de las terapias actuales puede prevenir, ralentizar o detener la progresión de la enfermedad.
El principal medicamento sigue siendo la levodopa, que se empezó a utilizar con éxito en los años 60 del pasado siglo. Este fármaco, aunque inicialmente restaura los niveles de dopamina, no supone una cura para la enfermedad. Además, con el tiempo deja de funcionar.
Actualmente disponemos de otros fármacos que potencian o mejoran la estimulación dopaminérgica. Aunque lamentablemente siguen sin modificar significativamente el curso de la enfermedad. Por esta razón, el descubrimiento de nuevas terapias más eficaces es uno de los principales objetivos de la investigación científica actual.
En este sentido, parecen prometedoras las técnicas de estimulación cerebral profunda, que al implantar electrodos en el cerebro producen pequeñas descargas que permiten corregir los síntomas motores. Incluso se baraja conseguir el mismo efecto usando ultrasonidos de alta frecuencia, que no implican una intervención quirúrgica.
También se estudia el desarrollo de una vacuna que permita a nuestro organismo crear anticuerpos contra la alfa-sinucleína, la cual podría estar relacionada con la muerte de las neuronas dopaminérgicas.
Retrasar la aparición de la enfermedad
A la espera de que la investigación científica dé sus frutos, existen ciertas medidas que pueden ayudar a retrasar la aparición y avance de la enfermedad, así como mejorar la calidad de vida de los pacientes ya diagnosticados:
- Hacer ejercicio de manera habitual puede ayudar a disminuir los síntomas motores y no motores, ayudando a mantener el movimiento y el equilibrio necesarios para la vida diaria. La ciencia sigue investigando el papel del ejercicio para ralentizar el deterioro de la función motora y modificar el curso del párkinson.
- Seguir una dieta sana y equilibrada mejora nuestro estado de salud general. Lo que es bueno para nuestro corazón, es bueno para nuestro cerebro.
- Estar bien informados. La información es el mejor remedio contra bulos y noticias falsas que muy lejos de ayudar, contribuyen a empeorar nuestra salud. Hay que acudir siempre a fuentes fiables de información, como personal sanitario y científicos.
Un artículo de los doctores
Profesor e Investigador Científico en Neurociencias, Universidad Complutense de Madrid
Jefe del Servicio de Neurología del Hospital 12 de Octubre. Madrid., Servicio Madrileño de Salud
Texto original publicado por Theconversation.com