“Es pronto para saber cuántos pacientes pueden tener secuelas, pero debemos estar prevenidos ante dos de tipo respiratorio: fibrosis y embolias pulmonares”, explica a Efe el jefe del Servicio de Neumología del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, David Jiménez.
En la fase grave de la COVID-19, si el sistema inmunitario no es capaz de frenar al virus se genera una respuesta inmune desmedida, mediante la producción de unas sustancias denominadas citoquinas, las causantes de una inflamación en las vías respiratorias que se puede extender a otras partes del organismo.
“Una de las consecuencias de esa respuesta inmunológica desproporcionada es que pone en marcha todos los mecanismos de reparación que tiene el pulmón y uno de ellos es la fibrosis”, señala el neumólogo.
La fibrosis es una especie de cicatriz en el pulmón que dificulta la función de este órgano, conseguir oxígeno y eliminar anhídrido carbónico.
“Nos preocupan esas cicatrices -apunta- pero todavía no sabemos en qué grado los pacientes van a desarrollar fibrosis y eso nos obliga a seguir con detalle a aquellos con radiografías de tórax todavía no normalizadas”.
Otra de las consecuencias de la infección por coronavirus podría ser la embolia pulmonar, cuando se forman coágulos en las arterias de los pulmones, como ocurre en otras neumonías.
“Estos pacientes requerirán un tratamiento de anticoagulación durante un tiempo mínimo de tres meses y puede que algunos de forma indefinida, por lo que necesitarán un seguimiento a largo plazo”, indica el experto.
Una de las preocupaciones era la vulnerabilidad que ante el coronavirus podrían tener los pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica, EPOC, sin embargo ha sorprendido que no sea así.
“Algunos datos nos hacen pensar que quizá estén más protegidos por algunos de los fármacos que se utilizan contra la EPOC, ya que podrían hacer que la respuesta inflamatoria en el pulmón sea menos intensa“, manifiesta David Jiménez.
Desajustes de coagulación
El doctor Fernando de la Calle, portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC), destaca que la cascada inflamatoria descontrolada que el virus desencadena en los pacientes más graves, además de afectar al pulmón, “produce desajustes en los sistemas de coagulación”.
Y así lo ha podido ver en pacientes de COVID-19 como médico adjunto en la Unidad de Enfermedades Infecciosas y Medicina Tropical del Hospital Universitario La Paz de Madrid.
“Hemos tenido varios pacientes con infartos cerebrales, cuadros neurológicos por minitrombos a nivel cerebral, encefalitis leves e incluso anemias, todo ello causado por la inflamación en una fase aguda” de la enfermedad, indica.
Según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), las manifestaciones neurológicas relacionadas con COVID-19 más frecuentes detectadas hasta la fecha son encefalopatía leve-moderada (28,3 %), ictus (22,8 %), pérdida de olfato(19,6 %) y cefaleas (14,1 %) como reflejan los casos incluidos en un registro de manifestaciones neurológicas por coronavirus.
“Estas alteraciones conllevan secuelas durante la convalecencia, un trombo pulmonar puede hacer que la capacidad pulmonar sea menor o que sea necesario que el paciente siga temporalmente un tratamiento anticoagulante”, apunta De la Calle.
El síndrome post-UCI
Si además estos pacientes críticos han pasado estancias largas en las unidades de cuidados intensivos también podrían padecer las secuelas de la inmovilización.
Según la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC), el síndrome post UCI supone secuelas físicas, principalmente respiratorias y neuromusculares, con una importante pérdida muscular y funcional.
También registran problemas cognitivos, como alteración de la memoria y de la atención, y psíquicos, como depresión, ansiedad, estrés y síndrome de estrés postraumático.