Hace 50 años, el 22 de abril, fue declarado el “Día Internacional de la Tierra”, como un reconocimiento al necesario y vital esfuerzo de los países del mundo por mantener la armonía de los ecosistemas, así como, de todos los recursos naturales que garantizan una vida saludable del planeta. Esta fecha nos recuerda la obligación ineludible de elevar una conciencia común frente a los problemas y desequilibrios que aquejan a la Tierra.

Según información de las Naciones Unidas, una enfermedad infecciosa afecta a los seres humanos cada cuatro meses; de éstas enfermedades infecciosas emergentes el 75% provienen de animales.

Esta problemática, que actualmente enfrenta el ser humano y su modelo de desarrollo globalizado, basado en la extracción de recursos de forma indiscriminada, representa un riesgo para la salud y los sistemas sanitarios de los países, pues el aparecimiento de nuevos virus o patógenos es un desafío para la ciencia, pues son elementos que deben ser estudiados para mitigar sus impactos en las personas, un proceso que lleva tiempo y que pondría en jaque la normalidad de la vida.

Un claro ejemplo de esto es la pandemia mundial que aqueja al planeta, derivado del virus denominado COVID-19, el cual ha dado un respiro al planeta, pero que ahoga a la humanidad.

Byron Real, Antropólogo, especialista en vulnerabilidad social y riesgo, y conservación tropical y desarrollo, PhD y MA por la University of Florida, reconoce que la degradación de los ecosistemas, principalmente por la deforestación y el avance de los seres humanos en ecosistemas prístinos “supone nuevos relacionamientos que exponen a la sociedad a vectores de transmisión de zoonosis”.

“Al degradarse un ecosistema se altera o incluso destruye los hábitats de especies silvestres, lo que con frecuencia conlleva a una reorganización de las cadenas tróficas, como mecanismo adaptativo a las nuevas condiciones que se presentan. Esto significa cambios en las relaciones predador-presa y, consiguientemente, nuevas vías de conectividad de patógenos”, enfatiza Real.

Esta situación, y la gravedad de la crisis sanitaria que enfrenta el mundo, ha llevado a varios Gobiernos a plantearse alternativas para los escenarios post COVID-19, enfocados en una estrategia de desarrollo sostenible que priorice el aprovechamiento sostenible de los recursos naturales y la convivencia armónica entre el ser humano y la naturaleza.

En este sentido, el ministro del Ambiente y Agua de Ecuador, Juan DeHowitt, señaló que Lo que estamos viviendo hoy, es un llamado de atención para replantear la importancia que le damos al cambio climático, a la protección del ambiente y a la conservación de las áreas protegidas en un escenario post Covid-19, como parte de las agendas de desarrollo de los países de la región para enfrentar los desafíos posteriores, tanto sociales como ambientales”.

Es por ello que Ecuador trabaja en la construcción conjunta de una agenda ambiental entre los países suscriptores del Pacto de Leticia (Colombia, Brasil, Bolivia, Perú, Guyana y Surinam) para enfrentar el escenario post Covid-19 y, la reactivación productiva sostenible y el fomento de la bioeconomía.

A decir de Byron Real, el “no contribuir a la lucha contra el cambio climático, un país podría mantenerse en una situación constante de vulnerabilidad. Si bien es cierto que el combate al cambio climático es una tarea global, sin embargo, los países de manera independiente deben preparar a sus sociedades, actividades socioeconómicas, políticas públicas, para enfrentar escenarios adversos que alterarán de manera significativa su calidad de vida y fuentes de subsistencia”.

Los esfuerzos de los Gobiernos, las organizaciones y la ciudadanía por generar alternativas para, en primera instancia para luchar contra el cambio climático y, para enfrentar la crisis sanitaria y sus consecuencias presentes y futuras, necesitan de una visión integral para abordar temas, que parecerían no tener relación alguna, como un todo con causas y efectos relacionados directamente, pues el COVID-19 ha evidenciado que la salud del planeta es proporcional a la salud de toda la humanidad.

Estamos en un punto sin retorno, en el que las decisiones de política pública, para garantizar la conservación y protección de la biodiversidad mundial, definirán el futuro, un futuro que debe apostar por la sostenibilidad en apego pleno a los derechos de la naturaleza (un concepto que debería universalizarse) y el derecho de la población a vivir en un ambiente sano y ecológicamente equilibrado.

“La destrucción de ecosistemas podría significar abrir una caja de Pandora derivada del salto que los virus pueden dar de especie a especie y, por medio de las cadenas tróficas, llegar a los humanos. Igualmente, este peligro puede ocurrir con otros vectores de enfermedades como son las bacterias, los insectos, hongos, invertebrados, que al sentir alterado sus hábitats naturales, migran hacia otros lugares en donde por la ausencia de competidores, se convierten en plagas, epidemias o, como el caso del COVID-19, en una pandemia”, sentencia Byron Real.